Cuando somos pequeños vemos en una madre a una heroína que todo lo puede, que con su fuerza nos protege y que con su sabiduría nos guía. Pero a medida que vamos creciendo nos vamos dando cuenta que no sólo todo lo puede sino que además, es la luz que ilumina nuestro camino.
En un momento de la vida, nos damos cuenta de que una madre también tiene sentimientos y que sufre como nosotros y, de repente, sentimos empatía por todo el daño que quizá le hayamos causado sin tan siquiera darnos cuenta de que ella, también llora. Pero sus lágrimas son de fuerza, valentía y coraje… Unas lágrimas que sin duda deben ser consoladas con el amor incondicional de sus hijos.
Su experiencia le hace tener sabios conocimientos acerca de la vida, sin necesidad de tener una carrera ni de haber estudiado un máster. Su inteligencia es la más valiosa que existe para nuestros corazones de hijos. Ella sabe cómo llevarnos a la felicidad en el momento más oscuro y también sabe perfectamente cómo reconfortarnos en los momentos más complicados.
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