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San Francisco de Sales, guía de almas capaz de leer los signos de su tiempo

Foto del escritor: paco estevezpaco estevez


A cuatrocientos años exactos de la muerte del santo obispo francés, se ha publicado la Carta Apostólica Totum amoris est, "Todo pertenece al amor", en la que el Papa Francisco afirma que este doctor de la Iglesia, en una época de grandes cambios, supo ayudar a los hombres a buscar a Dios en la caridad, la alegría y la libertad

Alessandro Di Bussolo – Ciudad del Vaticano

"Un fino intérprete" de su tiempo, que de un modo nuevo tenía "sed de Dios", y un "extraordinario director de almas", capaz de ayudar a la gente a buscar al Señor en el propio corazón y a encontrarlo en la caridad. Así describe el Papa Francisco a San Francisco de Sales en su Carta Apostólica Totum amoris est, "Todo pertenece al amor", escrita con motivo del IV centenario de la muerte del doctor de la Iglesia, patrono de periodistas y comunicadores, y obispo "exiliado" de Ginebra. Del santo francés, nacido en el castillo de Sales, en Saboya, el 21 de agosto de 1567, y fallecido en Lyon el 28 de diciembre de 1622, el Papa destaca la vocación de preguntarse "en toda circunstancia de la vida dónde reside el mayo amor". No es casualidad que san Juan Pablo II lo llamara "Doctor del amor divino", recuerda Francisco, no sólo por haber escrito "un poderoso Tratado sobre este tema, sino sobre todo porque fue testigo de ese amor”.

En un cambio de época, nuevas oportunidades para el anuncio del Evangelio

Después de haberse interrogado por "el legado para nuestra época” de San Francisco de Sales, el Pontífice explica que le ha parecido "iluminadoras su flexibilidad y su capacidad de visión". Durante los años pasados en París al inicio del siglo, lo que Benedicto XVI definió como "apóstol, predicador, escritor, hombre de acción y DE oración", adquiere "nítida percepción del cambio de los tiempos". Y en estas novedades "ni él mismo hubiera llegado a imaginar que en esto reconocería una gran oportunidad para el anuncio del Evangelio. La Palabra que había amado desde su juventud era capaz de hacerse camino abriendo horizontes nuevos e impredecibles en un mundo en rápida transición”. Y esto, para el Papa Francisco, "es lo que espera como tarea esencial para este cambio de época: una Iglesia no autorreferencial, libre de toda mundanidad pero capaz de habitar el mundo, de compartir la vida de la gente, de caminar juntos, de escuchar y de acoger". Es lo que realizó el santo de Sales, que nos invita, afirma el Papa, "a salir de la preocupación excesiva por nosotros mismos, por las estructuras, por la imagen social, y a preguntarnos más bien cuáles son las necesidades concretas y las esperanzas espirituales de nuestro pueblo".

Buscar a Dios en el corazón y en la historia

Un "estilo de vida lleno de Dios", explica Francisco, motivado así por el santo obispo: “Tan pronto como el hombre fija con alguna atención su pensamiento en la consideración de la divinidad, siente cierta dulce emoción en su corazón, que muestra que Dios es Dios del corazón humano”.  Esta es, para el Pontífice, la síntesis de su pensamiento: “En el corazón y por medio del corazón – escribe – es donde se realiza ese sutil e intenso proceso unitario en virtud del cual el hombre reconoce a Dios y, al mismo tiempo, a sí mismo, su propio origen y profundidad, su propia realización en la llamada al amor”. Así descubre que la fe no es " abandono pasivo y sin afectos en una doctrina sin carne y sin historia", sino “sobre todo una disposición del corazón " que nace de la contemplación de la vida de Jesús y nos hace habitar la historia con confianza y concreción "en la escuela de la Encarnación".

El discernimiento a prueba de amor

San Francisco de Sales, señala el Papa, "había reconocido el deseo como la raíz de toda vida espiritual verdadera y, al mismo tiempo, como lugar de su falsificación". Por eso consideraba fundamental "poner constantemente a prueba el deseo, mediante un continuo ejercicio de discernimiento", y el criterio último para su evaluación "lo había redescubierto en el amor", en el “interrogarse en todo momento, en toda decisión, en toda circunstancia de la vida dónde reside el mayor amor”.


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