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Foto del escritorpaco estevez

Sobre el cierre del VII Encuentro Interamericano de Pastoral Educativa


Fotografías de: @Fedec Pichincha


Sobre el cierre del VII Encuentro Interamericano de Pastoral Educativa celebrado en la Ciudad de Panamá, el 2 y 3 de junio, se presentaron las conclusiones ante sus 800 participantes provenientes de 21 países.


“El objetivo de este encuentro es invitar a los educadores y pastoralistas a aprender a sentir, a unir la razón –fría y a veces calculadora– con el afecto –cálido e irradiante–”, comentó el Secretario General de la Confederación Interamericana de Educación Católica (CIEC). “De esta amalgama nacerá, diríamos que espontáneamente, nuestra voluntad de cuidar de todo cuanto está vivo y es frágil e importante para la vida humana y para la vida de nuestra Casa Común”.


Las conclusiones propuestas, al final del encuentro, fueron leídas por el Secretario General de la CIEC y la Hna. Diana Gil, religiosa de la Pureza de María, se resumen en un decálogo de compromisos o tareas para la escuela católica de América:


Cultiva la sensibilidad. No permitas que sea dominada por la razón funcional, sino que establezca un equilibrio con ella. Es a través de la sensibilidad como sentimos el palpitar del corazón del otro. Por ella intuimos que también las montañas, las flores, los animales, el cielo y el propio Dios tienen corazón.


Ama el corazón. Él es la sede del amor. Es el amor el que produce los milagros de la vida. Y el amor es el que produce la alegría del encuentro entre las personas que se quieren. Es el amor el que produce los milagros de la vida: educar un niño y un joven, las relaciones sociales incluyentes, las artes, la música, sobre todo la capacidad de hacer pastoral.

Compadécete con el corazón que sabe salir de sí y ponerse en el lugar del otro para sufrir con él y cargar con la cruz de la vida. Como dice el Papa Francisco: la compasión es el lenguaje de Dios, muchas veces el lenguaje humano es la indiferencia.


Abre el corazón a la caricia esencial. Es suave como una pluma que viene del infinito y nos permite percibir que somos hermanos y hermanas y que pertenecemos a una misma humanidad. Es una de las más grandes expresiones del cuidado.


Prepara el corazón para el cuidado que hace que el otro sea importante para ti. Cura las heridas pasadas e impide las futuras. Quien ama, cuida y quien cuida, ama.


Amolda el corazón a la ternura. Si quieres perpetuar el amor, rodéalo de ternura y gentileza. La ternura es el cuidado sin obsesión. La ternura irrumpe cuando el sujeto se descentra de sí mismo, sale en dirección al otro, siente al otro como otro, participa de su existencia, se deja tocar por la historia que ha vivido.


Habla con el corazón. Cuando te presentes ante un grupo de estudiantes procura entrar en sintonía con la atmósfera reinante. Al comunicar, no hables a partir de la cabeza, sino a partir del corazón. Es él el que siente. Solo es eficaz cuando la inteligencia intelectual se presenta amalgamada con la sensibilidad del corazón.


Busca siempre la justa medida. Importa buscar la justa medida entre mente y corazón. Se trata de encontrar el óptimo relativo, el equilibrio entre el más y el menos. Como dice el Salmo (119, 19), nos sentimos huéspedes en esta Tierra, huéspedes respetuosos del hospedero Tierra. Y dejamos la casa común siempre en orden para los otros huéspedes que vengan después de nosotros.


Educa con el corazón. No basta el conocimiento. Necesitamos conciencia, una nueva mente y un nuevo corazón. Necesitamos también una nueva práctica. Urge reinventarnos como humanos, en el sentido de inaugurar una nueva forma de habitar el planeta con otro tipo de civilización. Como decía muy bien Hannah Arendt: «podemos informarnos la vida entera sin educarnos nunca». Hoy tenemos que reeducarnos.


Creer en sentir a Dios a partir del corazón. Entonces nos damos cuenta que siempre estamos en la palma de su mano, y que Dios conduce los caminos de nuestra vida, de la Tierra y del Universo entero.


La esperanza nace de este compromiso de reinventarnos. La esperanza aquí debe ser pensada en la línea que nos enseñó el gran filósofo alemán Ernst Bloch, que formuló “el principio esperanza”, que quiere decir: la esperanza no es una virtud entre otras tantas. Ella es mucho más: es el motor de todas ellas, es la capacidad de pensar lo nuevo, todavía no ensayado; es el coraje de soñar otro mundo posible y necesario; es la osadía de proyectar utopías que nos hacen caminar y que nunca nos dejan parados en las conquistas alcanzadas, o que cuando nos sentimos derrotados, nos hacen levantarnos para retomar el camino. La esperanza se muestra en el hacer, en el compromiso de transformación, en la osadía de superar obstáculos. Esa esperanza no puede morir nunca.


Autor: Rómulo López Seminario, Presidente de la CONFEDEC

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